lunes, 15 de junio de 2009


El niño, al repasar aquella conversación en su cabeza una vez más, se dio cuenta de una verdad que le dolió más que el olvido,esa verdad era que el mundo que se encontraba a su alrededor se había derrumbado totalmente, no quedó en pie ninguna pared, ninguna torre de aquel lugar que tanto tiempo había habitado y que el mismo colaboró en construir.

- ¿Hay alguien hay?- dijo aquel niño.

- No aquí ya no queda nadie- respondió aquella voz que no podía olvidar.

La tristeza de aquel niño eran honda y profunda y terriblemente negra, no quedaba nadie ya en el único universo que conocía, estaba solo y lloraba un río de la lágrimas, sentía punzadas en algún lugar de su pecho, en el no sentía odio, no sentía rencor, no sentía rechazo, sentía miedo, un miedo que le hizo correr hacia ninguna parte, miedo a fantasmas, miedo a monstruos en sus pesadillas y al demonio del insomnio, sintió otra vez aquella punzada, se dio cuenta de que tenía algo en ese recoveco del pecho, algo que nunca antes había prestado atención y ahora lo añoraba , pues no te das cuenta que tienes corazón hasta que te lo rompen.

Nostalgia en esas calles repletas de escombros a las que solo les faltaba un pequeño terremoto, para que se desplomasen, poco quedaban de los años de esplendor, cuando el niño amaba del primero al último de los rincones de aquel paraíso. Solo casas abandonadas y rotas quedaban antes del terrible apocalipsis, solo faltaba un empujón, hicieron falta dos palabras y unos ojos. Y el niño siguió corriendo y corriendo lejos de aquel infierno triste y desolador, sin música solo un angustioso silencio, como el silencio que hay en los cementerios.

Una mujer con un caballo esperaba en las afueras, el niño sorprendido se paró en seco y aquella dama empezó a hablar:

- Ven conmigo y olvida estas ruinas.

- Este es mi lugar, no pienso irme.

- Un buen argumento para venir conmigo.

El chico miro la destrucción a su espalda, era un caos, pero era tan hermoso aquel lugar de pesadilla, había pasado corriendo tanto tiempo por esas tierras, había corrido tantas veces por los campos amarillos, había visto tantas veces las estrellas en las noches de otoño. El niño se vio reflejado en un rio cerca de allí, se dio cuenta de que ya no era un niño. Su corazón se estaba desangrando, levantó la mirada y se dirigió a la mujer, se despidió de su hogar y se marchó junto a ella, poco a poco el niño cabalgo por el valle sin dejar de mirar atrás hasta que desapareció por el otro lado de la montaña para no volver nunca más.

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